El mundo mágico de los Celtas se rige por la rueda del tiempo que marca ocho festividades fundamentales para el desarrollo personal. Estos ritos antiguos se relacionaban estrechamente con los cambios estacionales, los solsticios, equinoccios, las épocas de cosecha y siembra.
La celebración de Samhain, la noche del 31 de octubre, que marca el inicio del año nuevo celta, momento en el que se abren las puertas del sidh, o el más allá del Velo de la Niebla, a mundos paralelos dando lugar a un periodo de introspección y meditación. Los orígenes de la popular celebración contemporánea de Halloween se remontan a esta antigua fiesta y proviene de la palabra celta “sa’uin”.
Los celtas celebraban el año nuevo el día 1º de noviembre, que marcaba el final del verano y la cosecha, así como el comienzo del invierno oscuro y frío, una época del año que se asocia a menudo con la muerte humana y la introspección y que guarda un paralelismo en la naturaleza con el sol que pierde fuerza, hay menos luz y los ritmos de crecimiento de la naturaleza son más lentos.
Los celtas creían que la noche antes del año nuevo era la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos cuya línea se volvía casi imperceptible. Pensaban que el espíritu de los muertos regresaba a la tierra y además de causar algunos problemas y dañar las cosechas, la presencia de los espíritus hacia más fácil las predicciones sobre el futuro para los druidas o sacerdotes celtas. Estas profecías eran una importante fuente de consuelo y dirección durante el largo y oscuro invierno para un pueblo totalmente dependiente de la naturaleza.
Según afirman la mayoría de las fuentes históricas, el festival de Samhain duraba tres días y tres noches. Se conmemoraba el inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera.
Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de octubre, la deidad Samhain convocaba a los muertos para que pasasen “al otro lado”. Es decir, del mundo de los fallecidos, al de los vivos. Estos espíritus podían llegar al “más acá” de dos formas atendiendo a si habían sido “buenos” o “malos”.
Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus deberes, hacía que se reencarnaran en animales tras el ocaso. Por el contrario, aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos hogares antes de regresar al limbo.
Era una celebración esotérica especialmente importante para los druidas quienes la consideraban como el momento más propicio para las artes mágicas y en especial, las adivinatorias y de predicción sobre el nuevo año.
Durante las celebraciones se practicaban varios rituales durante tres días. Se apagaban todos los fuegos que hubiese encendidos en las casas con dos objetivos: evitar que los espíritus errantes -los malvados- entrasen en las viviendas al considerarlas frías; y simbolizar la llegada de la estación “muerta” y oscura del año. De esta forma, los diferentes pueblos se quedaban totalmente a oscuras y solo eran iluminados por las hogueras gigantescas que los druidas encendían en las colinas.
Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain.
En las inmensas hogueras que eran los “nuevos fuegos” que preparaban los druidas como parte de la ceremonia, se quemaban principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de frutos, animales y todo tipo de objetos que los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían? Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de casa en casa para la gran hoguera. Al día siguiente en las cenizas y restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad para el nuevo año que comenzaba.
El fuego era un elemento central de la celebración de Samhain, pues se creía que con él se lograba espantar a los espíritus malignos que, enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos.
Utilizaban trajes compuestos de cabezas y pieles de animales y danzaban alrededor de la fogata.
Durante tres días y tres noches se restablecía la comunicación entre los seres humanos y los seres mágicos: difuntos, dioses y hadas.
Las casas permanecían abiertas y la cena preparada para cualquier buen espíritu que se dignara a aceptar la hospitalidad o seres queridos que regresaban a visitar.
Al finalizar la celebración se prendían nuevamente los fuegos del hogar, que se habían extinguido la noche antes de la hoguera sagrada,
La celebración de Samhain, tal como la practicaban los antiguos, continuó hasta el siglo I d. C., cuando los romanos llegaron hasta Britannia de manos de Claudio y sus legiones.
Bajo el dominio romano estas fiestas fueron aceptadas pero el pueblo jamás olvidó sus creencias y las celebraba usando grotescas máscaras y danzando alrededor de una gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus, tal como en la antigüedad.
Con el paso de los años y aprovechando la civilización romana, la Iglesia Católica dio una vuelta de tuerca más al festival de Samhain para tratar de eliminar definitivamente las creencias celtas, consideradas paganas. Así, en el siglo VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir con la fecha de la celebración de Samhain. Luego, el Papa Gregorio IV, en el año 840 amplía esta celebración a todos los santos del panteón cristiano.
Fue en esa época cuando se cambió el nombre del festival a “All Hallow’s Eve”, «Víspera del día de todos los santos», término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.