Pablo d´Ors nació en Madrid, en 1963, en el seno de una familia de artistas, y se formó en un ambiente cultural alemán. Tras graduarse en Nueva York y estudiar Filosofía y Teología en Roma, Praga y Viena –donde se especializó en germanística-, se doctoró en Roma en 1996, bajo la dirección de su maestro Elmar Salmann. Fue ordenado sacerdote en 1991. Tras conocer al jesuita Franz Jalics, en 2014 fundó la asociación «Amigos del Desierto», cuya finalidad es profundizar y difundir la práctica meditativa de cepa cristiana.
Su trayectoria como novelista comenzó en 2000. Entre 2001 y 2007 compatibilizó su tarea creativa con la crítica literaria en el suplemento cultural del diario ABC. Todas sus obras, traducidas a las principales lenguas europeas y emparentadas principalmente con la literatura de Franz Kafka, Hermann Hesse y Milan Kundera, han tenido una excelente acogida por la crítica. El reconocimiento del público le llegó con su Trilogía del silencio, conformada por El amigo del desierto (Anagrama, 2009-2015), la aclamada Biografía del silencio (Siruela, 2012), que constituyó un auténtico fenómeno editorial, y El olvido de sí (Pre-textos, 2013), un homenaje a Charles de Foucauld, explorador de Marruecos y ermitaño en el Sahara, de quien se lo considera hijo espiritual. La editorial Galaxia Gutenberg ha emprendido la reedición de su obra completa. En la actualidad, Pablo d´Ors, dedicado exclusivamente a la creación y a la contemplación, imparte por todo el mundo seminarios de silencio y retiros de meditación.
Elena Herrero-Beaumont
Entrevista para Ethic. Leer completa aquí.
La Esperanza en la España de 2021.
P.D: La esperanza es una virtud, nada que ver, por tanto, con el mero optimismo, que es algo temperamental, o con el empeño por una visión positiva. Se puede ser, por ejemplo, pesimista y esperanzado, como es mi caso. La esperanza debería ser casi una obligación moral en estos tiempos de pandemia que nos están tocando. El asunto es dónde fundamentarla. Si las circunstancias son adversas, y lo son –quizá siempre lo han sido–, entonces es que hemos de fundarnos en algo que vaya más allá de lo contingente: en el ser, cabría decir, en la fe, diríamos los creyentes. Por supuesto que ante la covid-19 hay un trabajo pragmático y resolutivo que hacer (atender a los enfermos, prevenir los contagios, invertir en investigación…); pero eso no es ni mucho menos todo. Lo sustancial es mirar a la pandemia a los ojos y mantener ahí la mirada. Esta oscuridad hemos de atravesarla para llegar al otro lado, donde se esconde y nos espera la luz. No estoy hablando de nada esotérico, sino de la necesidad de contemplar. La contemplación tiene su lugar ante esta situación que nos ha tocado vivir, no sólo el pensamiento y la acción. Es ahí donde yo cifro mi esperanza y donde sé positivamente que la podremos encontrar.
El pos-modernismo nos trajo un relativismo moral y parece que ahora la pos-verdad nos trae un nuevo relativismo donde ya no sabemos qué es verdad y qué es mentira. Y lo peor, no parece que nos importe.
P.D: Es el tema al que dedicó su pontificado Benedicto XVI. En un mundo donde nada es blanco ni negro, sino que su color depende de las voluntades inciertas de la ciudadanía –así como de la frágil consistencia de sus gobiernos–, y en un sitio así el terreno es muy resbaladizo. Prácticamente aguas pantanosas. Pero el río no es sólo agua que fluye y cambia, sino también las rocas que están debajo y que permanecen y dan solidez. Una sociedad líquida como la nuestra es el contrapunto, probablemente necesario, pero insuficiente, a otra, del pasado, donde todo estaba demasiado establecido y solidificado, con pocas ventanas a la novedad.
La verdad es la vida, y a todos nos gusta la vida, eso es algo que va con el ser humano. La verdad no es simple adecuación de la mente con la realidad, esa es una visión muy chata, penosamente intelectualista. La verdad no es una posesión, sino el regalo de un diálogo regido por el amor. Conversamos para buscar la verdad. Ceder al relativismo es haber claudicado en la pasión de esa búsqueda. La ambigüedad moral o ambivalencia ética de muchos de nuestros contemporáneos es una derrota del pensamiento. Lo que pasa es que no nos gusta que nos digan que nos hemos estado mintiendo, que nos hemos acomodado en la mentira. Y hacemos constructos increíbles para justificar nuestra lamentable situación.
La búsqueda de la verdad ¿debería ser una cruzada privada o pública?
Es cierto que en el cristianismo han desaparecido los intelectuales, o acaso están callados y encerrados en sus despachos. Tampoco hay de qué extrañarse. Cuando la fe está viva, es necesariamente creativa; y entre las muchas cosas que crea está la teología, el pensamiento alentado por la fe. Eso hoy apenas existe y las razones son muchas. Hay, desde luego, una razón externa a la iglesia, de carácter social. Lo cristiano es hoy políticamente incorrecto. Daré un ejemplo. Tras haber sido preguntado qué escribían bajo mi nombre en la cartela, de cara a presentarme ante un auditorio, y haber respondido yo que escritor y sacerdote, pues esa es mi doble condición profesional, en más de una ocasión me he encontrado que la palabra sacerdote había sido censurada, quedando sólo la de escritor. Un hombre como yo, sacerdote, es un elemento anacrónico, prácticamente exótico, en este tiempo nuestro. ¡No saben qué hacer conmigo! Es divertido, pero también triste. Y, desde luego, muy revelador. Es difícil que la Iglesia piense cuando tiene el mundo en contra. Está más preocupada por sobrevivir.
La razón interna, de índole más estrictamente eclesial, es que la teología no ha sido entendida fundamentalmente como cultura, sino como doctrina. Se ha quedado en la justificación racional del Credo, no ha lanzado puentes al arte o al pensamiento espiritual, desde horizontes menos domésticos. La teología se ha convertido por eso en algo muy aburrido, sin oxígeno. Tras cinco años dando clases en distintos centros universitarios yo, por mi parte, decidí dejarlo y centrarme en la creación literaria y en el cuidado pastoral, que me parecían campos mucho más útiles y fecundos. Claro que nosotros podremos renunciar a la verdad, pero la verdad, por fortuna, nunca renuncia a nosotros.
«Nosotros podremos renunciar a la verdad, pero la verdad, por fortuna, nunca renuncia a nosotros»
Elena Herrero-Beaumont